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VolverLa dimensión económica de la cultura tiene una gran visibilidad. De toda la información disponible acerca del mercado del arte, son las noticias relacionadas con la compra-venta de obras de arte las que mayormente logran atravesar la línea del sector especializado y llegar a difundirse entre el gran público. En consecuencia, existe la tendencia a pensar que las colecciones de arte se inician con la intención de invertir. Sin embargo, son muchos los coleccionistas que empiezan sus colecciones impulsados por otros motivos menos conocidos.
No es fácil llegar a tener una gran colección de arte. Según Michael Findlay, galerista, art dealer y escritor, “una gran colección no es aquella que contiene todos los nombres adecuados, sino aquella en que cada obra tiene un significado para sus propietarios y proporciona una satisfacción y alegría constantes”. Es por eso que el recorrido del coleccionista siempre sigue caminos distintos, en función del carácter de cada persona y su manera personal de proyectarse en el arte.
A todos los coleccionistas se les presupone un cierto grado de amor por el arte. Pero además, existen muchas otras razones —o combinaciones de razones— que los empujan a iniciar sus propias colecciones.
Uno de los primeros motivos es la voluntad, por parte de algunos coleccionistas, de permanecer históricamente ligados a la cultura. El coleccionista americano Norton Simon, por ejemplo, en 1970 compró el Museo de Arte de Pasadena, en California, y lo convirtió en el Museo Norton Simon. La colección que con los años fue formando quedó, de este modo, directamente vinculada a su nombre.
Otro motivo para coleccionar es el deseo de decorar, una práctica realizada a lo largo de los siglos y que todavía hoy, muchas de las personas que empiezan a comprar obras de arte lo hacen con esta finalidad. También existen coleccionistas que inician sus colecciones para adquirir mayor prestigio social. Abrir sus casas a otros coleccionistas o a marchantes de arte, o fundar una institución donde alojar sus colecciones, les permite aumentar su estatus social.
Pero el que debería ser el mayor motivo para coleccionar es la pasión y el amor por el arte. Michael Findlay habla de los “coleccionistas verdaderamente conocedores”, “personas que dedican una cantidad de tiempo significativa a buscar obras de arte, y al hacerlo adquieren un alto nivel de confianza personal”.
El viaje del coleccionista, como lo describe Leonard A. Lauder, es un proceso de aprendizaje sobre el arte, pero también acerca de la propia persona.
El verdadero conocedor de arte es capaz de hacer juicios comparativos de valor y calidad: “Los estilos pueden cambiar y los movimientos vienen y van, pero la calidad siempre será lo más importante”. A partir de su amor por el arte, cada coleccionista vive su recorrido de una manera diferente. En palabras de Juan Antonio Pérez Simón, coleccionista y presidente de la Fundación JAPS, para él “el arte se convirtió en una nueva meta en la que se hallaba un orden superior, el misterio del mundo que se manifiesta en las formas artísticas”.
No obstante, el siglo XX trajo consigo un motivo más para coleccionar arte: sus posibilidades de inversión. El mercado de arte entendido como contexto del coleccionismo cobró a partir de este periodo un nuevo significado: ¿vale más esta obra hoy que cuando la compré hace algunos años? Lamentablemente, otorgar un valor monetario a cada obra de arte empeora la percepción del coleccionismo entre el gran público, que relaciona “caro” con “bueno”. No obstante, esto no significa que el arte caro sea siempre excelente. La mercantilización del arte, en definitiva, ha puesto en juego una nueva variable que influye enormemente en la decisión de compra de los coleccionistas. Pero como argumenta Findlay, existen otros métodos para contrarrestar el poder del valor monetario: “prestar atención al mercado de galerías aporta a los coleccionistas no solo información sobre el valor, sino una selección mucho más amplia”.
De todas maneras, sea cual sea el motivo o los motivos por los que los coleccionistas desarrollan su actividad, casi siempre intentan crear una buena colección. El potencial para coleccionar, comenta Findlay, se halla en todos nosotros.